15.4.19

Barthes íntimo

28 de agosto de 1979

Siempre esa dificultad de trabajar a la tarde. Salí a eso de las seis y media, a la aventura; divisé en la calle de Rennes a un gigoló nuevo, pelo sobre la cara, aro delgado en la oreja; como la calle B. Palissy estaba totalmente desierta, conversamos; él se llamaba François; pero el hotel estaba lleno; le di dinero, me juró estar en la cita una hora más tarde, y por supuesto no estaba. Me pregunté si realmente me había equivocado (todo el mundo exclamaría: dar plata de antemano a un gigoló!), y me dije que, puesto que en el fondo no le tenía tantas ganas (ni siquiera tenía ganas de acostarme), el resultado era el mismo: acostado o no, a las ocho me habría encontrado en el mismo punto de mi vida; y, como el simple contacto de los ojos, de la palabra, me erotiza, es ese goce el que pagué. Más tarde, en el Flore, no lejos de nuestra mesa, otro, angelical con su pelo largo cortado por una raya al medio; de tanto en tanto me mira; me atrae su camisa muy blanca abierta sobre su pecho; lee Le Monde y toma Ricard, creo; no se va, termina por sonreírme; tiene grandes manos, que desmienten la suavidad y la delicadeza del resto; intuyo el gigoló por sus manos (al final se va antes que nosotros; yo lo detengo, porque sonríe, y tomo una vaga cita). Más lejos, toda una familia, agitada: niños, tres o cuatro, histéricos (siempre, en Francia): me cansan a la distancia. Al volver, en la radio, me entero del atentado del IRA contra Lord Mountbatten. Todo el mundo está indignado, pero nadie habla de la muerte de su nieto, un chico de quince años.

Roland Barthes, Incidentes, "Veladas en París" 


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